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El gozo del hombre nuevo

“En el principio, creó Dios lo cielos y la tierra, y puso en ella cosas maravillosas, como los granos de café, para darle al hombre gozo” W.E.

Vivimos en una sociedad con desafíos muy grandes por delante y tareas urgentes. La primera, quién sabe, la más importante, es la de revalorizar todo, establecer un nuevo cuadro de prioridades en nuestra vida. Hace varios años leí el trabajo de un sociólogo muy reconocido en el mundo occidental, que hablaba de los símbolos de éxito de la sociedad contemporánea. Una concepto brillante que hasta hoy da vueltas, hace ruido y está presente en mí. Fue como una epifanía para desvelar uno de los mitos sobre los cuales se sustenta el sistema capitalista, contra el cual tengo, por el momento, más cosas a favor que en contra, aunque se debe reconocer que este es uno de los aspectos sobre los que necesitamos reflexionar (el de los símbolos).

El cuerpo social corre detrás de aquellas cosas que por lo general no están en el presente, son objetos que pueden ser visualizados en el horizonte, en el día después, en el mes posterior, en el año siguiente, en suma, en lo venidero. Entonces, la vida se convierte en una carrera de tontos, millones de tontos, corriendo hacia objetivos que una vez alcanzados ni siquiera pueden disfrutarse ya que todo ha sido programado para repetir la dinámica, una y otra vez. El síndrome de la zanahoria, es la enfermedad de nuestro tiempo. Las otras están asociadas a ésta causa primera, el estrés con sus múltiples manifestaciones, la ansiedad, los ataques de pánico, la depresión, las fobias y un largo etcétera. 

Todo indica que nos encontramos prisioneros de una sociedad que no sabe vivir el presente, que se ha vuelto incapaz de reconocer la belleza contenida en las cosas más simples, el valor de una taza de café, de una pieza musical, el almuerzo de un día cualquiera, una copa de vino, una conversación, un beso, una palabra cordial, un gesto amable, un paseo a pie por el parque, la compañía de los seres que amamos, un buen libro, un poema, una frase que encierra verdades filosóficas. Se nos pasa, no sabemos disfrutar lo que tenemos, hay un irracional afán por lo que aún no poseemos. En cada uno de nosotros existe un catálogo de necesidades insatisfechas que nos impiden ver lo que ya hemos logrado, aquello que se encuentra a la mano. Esas cosas que ayer fueron parte de nuestras expectativas y que al alcanzarlas, lograrlas u obtenerlas, ya dejaron de interesarnos, en el mismo momento de su llegada o muy poco después. Por supuesto que esto ha llegado a nosotros ya el siglo pasado, con la revolución industrial y luego la tecnológica, en cuyo tránsito se advierten dos extremos: En principio, la producción de bienes destinados a permanecer mucho tiempo al servicio del hombre y, en el otro, la obsolescencia programada, como característica de lo que hoy se oferta al consumidor, para que use y descarte e, inmediatamente,  vuelva al mercado a renovar y satisfacer su apetencia.

El cuadro presente tiene un factor adicional que lo define de manera intrínseca y a la vez dramática: La aplicación de la tecnología a la vida diaria. Ya no es posible sustraerse de los recursos que ofrece la modernidad, sin pagar un alto precio por el rezago, eso hace que el mundo gire más rápido, que opere en una velocidad que nos obliga a no detenernos, nos impide  percibir el presente; casi todo está circunscrito a lo que viene, al siguiente paso. Debemos contestar correos electrónicos, responder mensajes de Whatsapp y Messenger, revisar novedades en Facebook, estar alertas a las noticias que llegan en forma inmediata a través de Twitter y, eventualmente, escribir un texto interesante en la misma plataforma, todo casi al mismo tiempo. Sin contar, por supuesto, la atención de nuestras responsabilidades de la vida diaria en el colegio, la universidad o el trabajo. También la atención de los asuntos familiares. Hubo un tiempo en el que me propuse impulsar una campaña cuyo eslogan era “Apaga tu celular y enciende tu vida” desistí antes de empezar porque supe anticipar el fracaso que conllevaría.

Vamos, sin remedio a un nuevo tiempo, para bien o para mal. Oscar Wilde acertó con un concepto que podría interpretarse como un buen augurio aunque tiene una alta cuota de sarcasmo e ironía: “La humanidad siempre ha encontrado su camino porque desconocía el rumbo.” Lo más probable es que las respuestas se encuentren en proceso de fermentación y vengan en paralelo, sin embargo, quisiera proponer que apliquemos una receta dual, en la que, sin abandonar la realidad virtual de la que irremediablemente somos parte, no perdamos nuestra capacidad de maravillarnos con cada grano de café, con su aroma, el sabor, su intensidad, con esa capacidad que tiene para devolvernos al aquí y ahora, para hacernos despertar, ese golpe grato a la psiquis y el organismo, que supone el primer sorbo de la mañana. Si podríamos reconocer la belleza en las cosas más simples, es probable que ese encontrar el camino sea bueno para la humanidad y en armonía con la naturaleza; tal vez un poco más lejos de una virtualidad que nos secuestra y convierte en menos personas y más autómatas, corriendo, celular en mano, detrás de una zanahoria. Así podríamos anticipar que el gozo del hombre nuevo viene con sentido y contenido.

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