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Historia de una Aldea, un Gobernante insensible, un joven con discapacidad y un pueblo que calla.

Por: Bernard Gutierrez Sanz

Cuentan sobre una Aldea, en un lugar del mundo. El espacio geográfico diríamos extenso en relación a sus habitantes, alrededor de 10 kilómetros cuadrados.

La particularidad de esta Aldea es que tiene muy pocos habitantes, apenas 100, que equivaldría a unas veinte familias de cinco personas.

Su presupuesto de gastos públicos es de 2.100.000 (Dos millones, cien mil 00/100) pesos al año, vale decir, el equivalente a 300.000 Dólares. Ese monto supone 25.000 Dólares al mes para cubrir los costos que implica mantener todo a flote. El Gobernante y sus colaboradores aseguran que las finanzas están controladas, que las han administrado en los últimos 10 años de manera muy responsable, que la salud económica es buena y está blindada, a pesar de la situación de la comarca donde las noticias no son las mejores. Pero insisten y lo hacen porque necesitan hablar bien de su gestión, les gusta el poder y quieren mantenerse en él de manera permanente.

Como en la novela de Orwell, Rebelión en la Granja, en esta Aldea se ha impuesto la condición humana a la hora de ejercer el poder, el Gobernante que llegó con un discurso socialista prometiendo construir igualdad, más temprano que tarde desvió su camino para confirmar la regla/sentencia: El poder corrompe y, el poder absoluto, corrompe absolutamente.

El Gobernante se ha visto tentado por los lujos del capitalismo al que decía despreciar, le gusta viajar, realiza actividades porque ama los aplausos, hace difusión costosa; ama ver su figura estampada en todo. Ha mandado a comprar una gran carroza que le provee mucha comodidad, esta construyendo algunos lugares públicos costosos que la gente ha censurado. Algunos miembros de la comunidad creen que los gastos que realiza no son justificables, quienes lo acompañan en la administración de las finanzas públicas niegan aquello, aunque hace algún tiempo compró un telescopio chino gigante de 4.000 dólares y esta invirtiendo cuantiosos recursos en arreglos para mejorar su lujoso despacho.

La gente no está contenta con el servicio de salud existente, la familias se quejan de la baja calidad en la atención, hay problemas con la educación porque los estándares no son los mejores, hay muchas deficiencias; en suma, la política social del Gobernante es objeto de críticas. La situación se ha puesto en evidencia en el último tiempo con el caso de un Joven que se encuentra postrado en una silla de ruedas, su condición es triste porque no puede proveerse una vida digna, por lo tanto, ha solicitado ayuda al Gobernante; quiere percibir una renta de 500 pesos al mes, aproximadamente 72 Dólares, lo que supone un gasto anual para la Aldea de 6000 pesos al año, es decir, 862 Dólares al año, que no representa ni siquiera el 0,3% del presupuesto general. La mayoría de la gente está confundida porque no sabe con exactitud cuales son las posibilidades económicas de la administración, el tesorero ha señalado que no es atendible la petición porque ello supone poner en riesgo la estabilidad de todos.

El Joven discapacitado está muy molesto y se siente frustrado, no entiende cómo es posible que el Gobernante no considere una situación tan especial como la suya, sabe que administrar la Aldea no es cosa fácil ya que existen muchas necesidades, pero se ve al espejo y siente que la vida ha sido particularmente injusta con él. Esto lo hace sentir especial y es especial, representa apenas el 1% de la población de la Aldea.

En vista de que su solicitud no es aceptada, ha decidido hace algunas semanas poner en evidencia su condición, empezó colgando de un puente su silla de ruedas, él montado encima. Pasaron los días, ni los otros miembros de la comunidad ni el Gobernante le prestaron atención; eso fue doloroso, lo que por supuesto elevó más aún su nivel de frustración. Lloró, gritó, quiso saltar de la silla, botarse al piso, dañarse a si mismo; todo para llamar la atención de la sociedad en la que vive, sobre todo, del Gobernante, pero no resultó. Es un ser humano, como tal, está dotado de gran fortaleza, durante su vida postrado en una silla de ruedas, ha desarrollado una especial capacidad para aceptar el dolor que le provocan sus limitaciones. Es un luchador, un guerrero y a pesar de su condición, no se ha rendido. Llora por dentro, mucho, hasta el punto de sentir que su corazón va a explotar en cualquier momento; se sobrepone, lo ha hecho toda su vida. Esta es una batalla más.

Ha decidido cambiar de estrategia ante el silencio de la sociedad en la que vive y la de su Gobernante, por eso ha resuelto recorrer durante 35 días la Aldea. Ha marcado una ruta que le permita mostrar su debilidad, su discapacidad convertida en fortaleza. Qué paradoja. Ya casi es invierno, no le ha importado, ha sufrido frío, hambre, sed. Nada de eso le duele tanto como el silencio de quienes no lo escuchan. Y llora, en silencio, pero llora. Se sobrepone, hace con su espíritu lo que no puede hacer con su cuerpo; levantarse y seguir.

El Gobernante ha mandado una pequeña comisión para dialogar con él, para convencerlo, persuadirlo sobre su petición. La comisión ha fracasado, lo tildan de intolerante. A su retorno, los enviados le han informado a su mandante que con aquel Joven no se puede conversar, es intratable, un rebelde. Ellos no saben que aquella es una coraza que el Joven ha construido para protegerse de una sociedad que lo ignora, de una familia que apenas lo comprende, de un Gobernante que no está siquiera dispuesto a escucharlo.

Luego de cinco semanas de recorrido, ha llegado a la plaza principal de la Aldea, allá donde el Gobernante tiene su despacho, se ha encontrado con una insólita sorpresa, ha descubierto que a una cuadra del centro mismo del poder lo esperan cercos de alambre custodiados por policías que tienen instrucciones de no permitir su acceso. Eso no es justo, ni proporcional -ha pensado- se ha sentido indignado, de nuevo frustrado y llora, llora de nuevo por dentro, quiere explotar de ira, se contiene, de la misma manera que ha contenido sus sentimientos durante las últimas semanas, de la misma forma que lo viene haciendo toda su vida.

Ha escuchado en una radio portátil que algún vecino le ha facilitado y ha leído en el pasquín que circula como medio de comunicación que “el diálogo entre el Joven discapacitado y la administración de la Aldea, ha fracasado” Y vuelve a indignarse preguntándose ¿Qué diálogo? Esta vez no llora ni contiene la ira, debe reaccionar y haciendo girar las ruedas de su silla arremete junto a su humanidad contra el cerco; la policía asume que es inaceptable tal conducta y lo reprimen, lanzan gas en su rostro, lo empujan; él termina en el piso y siente, con razón, que la vida es una mierda, que el Gobernante no lo trata con justicia, que la sociedad no tiene la mínima sensibilidad para gritar por su causa. Y llora, por dentro, en silencio, pero llora. Maldice la Aldea, maldice la vida, maldice la gente; maldice al Gobernante.

Alguien lo ayuda a levantarse como tantas veces lo ha hecho en su vida, a ponerse no en pié sino sobre su silla, a limpiar sus heridas, las externas, porque las del alma son puras cicatrices. No importa –piensa- mañana es otro día y como no hay sentimiento más humano que la esperanza, cree que tal vez mañana lo escuchen, aunque para hacerlo, tenga nuevamente que arriesgar su vida, después de todo, en su sana comprensión, es inaceptable que no hayan 72 dólares mensuales para él de los 300.000 disponibles al año, peor aún cuando sabe que ese es el monto que el Gobernante utiliza para estampar su imagen en toda la propaganda oficial de la Aldea.

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