11 de enero

Bernard Gutiérrez Sanz

Benedetti dijo que el olvido es una forma velada de burlarse de la historia. Alguien también dice que el olvido es una terapia contra la crueldad del pasado, pero nuestro pasado, el del 11 de enero de 2007, está aún presente, plagado de verbos con efectos que no han cesado; un pretérito imperfecto en el más puro sentido. Esas cosas que ocurren de un momento a otro, que se convierten en hitos y estos en certezas, para el caso, en una certeza de que las cosas no volverían a ser iguales.

Si me preguntan, yo diría que el olvido es un recurso del alma para no intoxicarse con el veneno de los malos recuerdos, lo que no puede ocurrir es que el olvido se convierta en complicidad y, lo que es peor, que el silencio aliente la impunidad.

Cochabamba, corazón de Bolivia, fue víctima de un brutal atentado perpetrado por el Régimen de Evo Morales, el 11 de enero de 2007, apenas un año después de su arribo al poder, movilizando a miles de productores de hoja de coca excedentaria de quienes se ha valido para llegar, primero al Parlamento y luego a la Presidencia. La estrategia consistía en eliminar a la oposición política del País y la táctica estaba orientada en primera instancia a derrocar a la máxima autoridad del departamento, el Prefecto electo por voto popular, Manfred Reyes Villa. Tomaron la ciudad, se apostaron en ella, incendiaron el edificio principal de la Prefectura, para luego enfrentarse de manera violenta con una población urbana que reaccionó contra el abuso y la manipulación gubernamental. La crónica de ese tiempo habla de 450 heridos, la ruptura del orden democrático y un mártir asesinado de la forma más violenta e inhumana: Christian Urresti Ferrel.

Años después, el delito no se ha investigado y los responsables están quedando en la impunidad. No es extraño que así sea, el sistema de administración de justicia está sometido al poder político, como están los otros órganos del Estado. Esa impunidad habla de una realidad que se esconde detrás de medidas populistas que esconden el verdadero temperamento autocrático de quienes dicen, llegaron al poder para quedarse -a cualquier precio- habría que agregar. A los hechos de Cochabamba le sucedieron el derrocamiento del Prefecto de Pando con la matanza de Porvenir y el montaje del caso Terrorismo en Santa Cruz de la Sierra, cuya responsabilidad no puede sino atribuirse a una lógica perversa que tiene mucho que ver con la receta de dominio importada de Caracas y la Habana.

El domingo pasado fue publicada una entrevista a la madre de Christian Urresti, una mujer admirable que ha encontrando en su fe la brújula para navegar por el mar del dolor y en el trabajo social que realiza, el argumento para demostrarle al mundo que en el corazón de una madre puede encontrarse la única y verdadera razón por la cual los seres humanos aún no nos hemos aniquilado unos a otros al punto de exterminarnos y, por lo tanto, es posible continuar creyendo en nuestra especie; que hay esperanza para el mundo, una esperanza similar a la que Dios debe tener en nosotros, por gente como ella.

La señora Urresti, ha hecho de Cochabamba, su Plaza de Mayo. No se viste de blanco ni pasea con carteles todos los días, lo de ella es alimentar a los niños de la calle, como si en cada pieza de pan que reparte, entregara un pedazo de ese corazón de madre infinito, como si cada sonrisa de un niño que alimenta, le devolviera la sonrisa del hijo que ha perdido. Es un mensaje silencioso, de amor y perdón, ese perdón que no se expresa con palabras y que se hace carne y cobra vida con acciones.

A nuestro pueblo le corresponde el no olvidar, no para ir por venganza, sí por justicia, pero además y fundamentalmente, porque tenemos la obligación de mantener ese hecho en nuestra memoria colectiva para evitar que nuestros hijos vuelvan a vivir la amenaza de otro 11 de enero; para preservar la vida. No encuentro otra manera de honrar la memoria de Christian Urresti.

Un par de archivos como referencia:

http://www.lostiempos.com/diario/actualidad/local/20070113/christian-urresti-tuvo-una-muerte-sadica_988_1042.html

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